22.3.10

El único palurdo

- Fue incómodo. Se pasó la noche insistiendo en que quería acompañarme a casa, y yo por muchas escusas que pusiera no lograba disuadirle. No sé, lo disfrutaba... fue divertido reírme de camino a casa, pero cuando me dejó en el portal, trató de besarme con la escusa de haberme llevado a casa... sabe que tengo pareja y... ¡Yo no quería que me llevase a casa!
- Si es que siempre igual. Parece que soy el único palurdo que no trata de besarte nunca.
- Ya, eres un encanto, sin duda.
- Si. Lo has logrado. Si quieres acabar con la virilidad de un hombre en una frase, usa esa. Sin duda sirve. Aún así... no sé, hay cosas de las que tengo muchísimas más ganas de hacerte que no es besarte, y creo que no se podría catalogar infidelidad.
- A sí... ¿entonces a qué te refieres?
- A... -mientras me mirabas sentada a mi lado en el sillón, te cogí con ambas manos por la cadera y te levanté en peso para sentarte sobre mi, como si me estuvieses cabalgando. Mis manos se apoyaron en tu rodilla y subieron por tus muslos hasta la cadera, subiendo por el costado dentro de la ropa mientras mis uñas trataban de aferrarse por si intentabas escapar. Mi boca se acercó a tu oreja, con los dedos aparté los pelos rozándo el lóbulo y susurré. - perdona, pero siempre he ansiado hacerte de mi condición.
Mi mano se enganchó con fuerza a su espalda terminando de subir marcándote con la uña mientras mi boca se apoyó en tu cuello para humedecerlo con los labios, tratando de anestesiarlo antes de morder. Porque mordí. Mordí progresivamente más fuerte hasta que gemiste... y seguí mordiendo, mientras mi mano ya jugaba a la altura del cierre del sujetador. Cuando temí por hacerte demasiado daño paré, y como buen vampiro pasé la lengua por la carne irritada para curarla. Un beso dulce terminó de cicatrizar tu cuello, y te miré a los ojos; como hacen los chupasangre tras morder a su rebaño. Tú me mantenías la mirada... no sé si eran cosas mías o si me daba la impresión que la necesitaba besarme eras tú, no sólo yo a tí...

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