Me repetiste, una vez más, que tu cuerpo era sólo mío. Que podía hacer lo que quisiera con él; lo tenía a mi absoluta merced. Podía, si me daba la gana, morder cada centímetro de tu carne; podía cubrirlo poco a poco de saliva; o podría despedazarlo y desgarrarlo con los dientes para irlo guardando poco a poco en un cajón. Podría arracantarte uno de tus pechos para usarlo en momentos de estrés, o limitarme a alimentarme mordisqueando poco a poco tu brazo. Podría hacerlo contigo a todas horas, o arracarte con los dedos cada uno de tus pelos para dejarlos sobre mi mesilla y así podría oler a tí. Pero... ¿Te digo un secreto? Lo que de verdad quiero, ya que tu cuerpo es mío, es que te tumbes a mi lado y no te separes nunca... es mío, ¿No? Pues entonces no me lo puedes negar...
Por ponerme a recordar textos no pasa nada; ¿no?
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