31.3.11

Fuego

Y a quemar la ciudad. No a beber alcohol e irme de fiesta, bailar hasta que me duelan las piernas y saltar al ritmo de la música más mecánica posible; nada de eso, sino a quemar la ciudad. Literalmente quemar la ciudad. Con antorchas, gasolina y napalm. Con mangueras de alcohol puro para hacer dibujos con llamaradas, contratando gente disfrazada de demonios y tragafuegos. Empezar quemando las iglesias y con cuidado continuar por el resto del barrio; observando como los cristales saltan en una nube de hermosura, cómo se extiende por los parques secos y cómo de los institutos salen huyendo todos los niños con sus ropas horteras y sus minifaldas con doce años. Cuando me quede sin cerillas trataré de prender fuego a las ramas y lanzarlas cual antorchas. Como si de una quema de brujas se tratase. Como si todos mereciesen arder y yo me regocijase en sus gritos. Como si fuera un sádico asesino que merece estar encerrado para siempre en una prisión psiquiátrica femenina.


¿Se nota que he terminado un examen imposible? Porque me la suda que haya salido como Dios haya dado a entender... pero isTerminated() == true; así que...

30.3.11

Rojo

No es tan fácil como creería que sería... pero no pienso dejarme vencer, he dicho.
Simplemente hay que volver a encontrar la chispa que me haga escribir. Probablemente volveré a escribir sobre lo mismo de siempre, cuando recupere la soltura; o simplemente me limitaré a despotricar sobre las absurdidades que puedo llegar a ver en este mundo (empezando por la Ley Sinde y pasando por el sinsentido que tiene la televisión hoy en día); tal vez encuentre mi lugar escribiendo poemas de amor (cosa que ambos dudamos: tú, yo y el mundo) o limitarme a inventarme historias. Bueno... esto último siempre se me dio un poco mal. O... mejor dicho, eso último siempre se me dio un poco mal sin terminar hablando de tetas y culos. Y, por eso mismo, creo que es la mejor oportunidad del mundo para improvisar la peor de las historias. Y allá vamos.

Erase una vez, en el pueblo lejano de Ciudad Vecina, un pequeño gigante que paseaba la calle principal de las tiendas. Todo sus educados vecinos le saludaban cortesmente ocultando una pícara sonrisa por lo cómico que resultaba el gigante con la boca manchada de rojo, tal vez restos de mermelada de frambuesa o algún tipo de sirope rojizo. Todos los vecinos, con amabilidad, le preguntaban por su vida y nombraban a su madre tratando de alargar todo lo posible la conversación disfrutando del morbo de conocer algo que esa persona no era consciente y tener que aguantar la risa. Llegó el punto en el que se volvía tan exagerado que hasta cinco vecinos se aglomeraban a su alrededor tratando de parecer interesados por las conversaciones más banales que pudiesen generar. El gigante, absolutamente extrañado de la situación, se colapsaba al intentar responder todos y cada uno de los saludos y las preguntas, preguntándose porqué había cambiado tanto su estatus con sus conciudadanos de la noche a la mañana. Bastaba con recordar lo ariscos que se comportaban hace semanas y lo mal que le habían hecho sentir con sus discriminaciones e insultos al pasar a su lado. Pero parecía todo haber cambiado... lo que le provocaba cierto malestar consigo mismo, por todo lo que llegó a pensar hace escasos días en un momento de enfado con sus vecinos. Ahora parecía todo perfecto.
Obviamente, como se esperaba todo el mundo, llegó el momento en el cual un niño sonriente e irritante se acercó al gran señor para gritarle '¿Eso que tiene en la cara es mermelada? Mamá, ¡yo quiero mermelada!'. El sonido provocado por el estallar de un centenar de risas acumuladas con tantas ganas que parecían millares hizo vibrar los cristales de los cristales tanto como la sonrisa del niño que la había desatado, creyéndose el amo y señor del poder Risil (dícese del poder que permite a su poseedor controlar, modular y provocar al risa a un rango de personas inmenso, tanto como la fuerza de la misma risa que provoca). El gigante, en estado de shock porque seguía sin entender lo sucedido, acercó su mano a la comisura de los labios y notó la humedad de la rojez; entendiendo lo sucedido. Entonces él también sonrió. No era una sonrisa cohibida, intimidada ni forzada. Era más bien una sonrisa burlona, pícara, incluso sarcástica. Se dirigió al pequeño con una cordial mueca y le contestó. 'No, pequeñín, es la sangre llena de azúcar de la niñita que me comí antes de salir. La verdad es que pensé que me había limpiado, ya que estuve un rato en el lavado para limpiar su sangre y la del resto de los niños de ese parque. ¡Me divierte tanto descuartizarlos que me olvido de lo complicado que es limpiarlo!'.
Y pasaron un par de semanas hasta que sus vecinos volviesen a sonreír.

29.3.11

Jayus

Etapa nueva, tema nuevo... ¿No es así? Y como toda buena etapa de cambio, se debe emplezar con una ampliación de recursos, un aprendizaje con el fin de encontrar algo innovador. Vamos, una suculenta ampliación de vocabulario. Y, aunque todavía no domine el castellado, es fuera de él donde encuentro lo que no tenemos definido pero todos hemos llegado a sentir.

 Jayus    Indonesio – “Un chiste tan mal contado y con tan poca gracia que uno no puede hacer otra cosa que reirse” (Altalang.com)


Sin estilo definido, o tratando de redefinirlo, sólo me queda dar bandazos hasta volverme a ubicar.

28.3.11

Ya está bien.

Sí, voy a enfrentarme a tí de nuevo. Vamos, siendo sincero, me he dado que era un comportamiento realmente patético lo que estaba haciendo, que no tenía sentido sentido dejarme vencer por tí facilmente, que e llegaba a dar asco a mí mismo por lo que me has reducido. Ya está bien. No tiene sentido. No eres nadie para llegar a considerarte un obstáculo para mí... no, no me pienso dejar vencer. ¿Qué te estás preguntando cómo cabaré contigo? Yo también me lo cuestiono, pero me da francamente igual. Tal vez en este round no tendré una victoria aplastante, queden dudas sobre que tenga fuerzas de volver a escribir o no, o incluso parezca que hayas podido conmigo pero... no, no te confundas. Nunca voy a dejar algo tan mío por nadie. Ni siquiera por la sensación que me dejas al enfrentarme una y otra vez a tí y terminar siempre con el mismo mal sabor de boca al volver con el rabo entre las piernas, recordando la soltura perdida y escupiéndome hasta despreciarme. Pero ya no más, jodido bloc de notas. Entre tú y yo; yo soy el que controla, el que dispone y el que domina. Soy yo el que escribe. Y no pienso dejar que esta situación cambie.
Sea quien sea quien llegue a leer.