"Un inspector de combate manco llamado Cliff (te enseñaba a luchar sin armas con un brazo atado a la espalda y te inflaba a hostias) me dijo una vez que el dolor era algo que te hacías a ti mismo. Otras personas te hacen cosas -te pegan, te apuñalan, o pretenden romperte el brazo-, pero el dolor te lo haces tú mismo. Por consiguiente, dijo Cliff, que había pasado dos semanas en Japón y se sentía con derecho a decirles todas esas gilipolleces a sus entusiastas pupilos, siempre estaba en tu mano dominar tu propio dolor. A Cliff lo mató una viuda de cincuenta y cinco años en una pelea de borrachos, así que supongo que nunca tendré la oportunidad de sacarlo de su error.
El dolor es una prueba. Te llega, y procuras apañártelas lo mejor que puedes."
"Y, por encima de todo, ¿por qué había una foto de Sarah Woolf pegada en el interior de la puerta de mi mente, de tal forma que, cada vez que la abría para pensar en cualquier cosa -los culebrones de la tarde, fumar un cigarrillo en los lavabos al final del pasillo, rascarme el dedo gordo-, allí estaba ella, que me sonreía y me regañaba simultáneamente? Me refiero, por enésima vez, a la mujer de la que yo no estaba enamorado".
'Una noche de perros', de Hugh Laurie.
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