Te quitabas el maquillaje con prisas frente al espejo, deseando terminar de una vez para coger por fin la cama. Te habías puesto espectacular esa noche, aunque te desquiciaba que yo no valorase que te pintaras la cara. Pero lo habías hecho y habías triunfado como ninguna con ese vestidito blanco con vuelo que era inevitable mirar mientras te movías, con ese pelo recogido por encima y suelto sobre la nuca bailando con tus movimientos bruscos de cadera. Era un placer observar esa mirada de deseo con los ojos penetrantes que lograban unos toques de rimel, disfrutar con esos labios provocativos que despertaban a todos los hombres de local con una simple sonrisa o cuando simplemente te mordías el labio. Estabas absolutamente increíble sobre esos tacones que convertían tus piernas en esculturas dignas de Miguel Ángel, te habías puesto sencillamente brutal y lo habían disfrutado todos los palurdos que esa noche tuvieron el privilegio de verte bailar. Tú disfrutabas como nunca observando cómo se peleaban por tenerte simplemente en su ángulo de visión, y me mirabas con picardía tratando de provocarme para que me arrepintiese y dijese que me encantas maquillada. Pero yo sólo te observaba, y tu rabia te hacía coquetear más con los incrédulos chicos que te rodeaban intentando bailar, imaginando que por fin habían encontrado al mujer de sus sueños y ésta les hacía caso. Ingenuos... no sabían que se trataba sólo de un juego.
Pero ahora estabas en nuestro baño, quitándote el maquillaje frente al espejo y sacando a la luz esos ojos cansados debajo de la pintura. Te soltaste el pelo descolocado de tanto humo y sudor. Dejaste caer el vestido y lo doblaste con para traerlo al cuarto mientras yo no podía dejar de mirarte a los ojos. Me sonreíste coqueta, sorprendida porque no te quitara ojo y bromeaste con que si no me iba a dormir ya. 'No me perdonaría nunca si me quedase dormido ahora, cuando te has puesto increíblemente guapa para mí'. 'Porque lo que de verdad me importa es que tú me termines por ver guapa, lo que vean el resto... no deja de ser un juego'. 'Juego será lo que haremos ahora, mi princesa. Cuando ellos siguen soñando con la belleza que vieron en el local, y yo te demuestro porqué soy yo el que acaba acostándose con ese ángel'. Me besas con tu ternura exquisita, yo te acerco con mi tacto pasional. '¿Apago la luz, o la dejo encendida?', fue lo último que me susurraste sin que contuviese jadeos.
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Cruce de miradas.
ResponderEliminarTu ojos buscaban el infinito sin encontrarlo. Tu mirada se perdía con el final del horizonte. Y justo alí, sentada frente a ti, estaba yo. Tu imagen me descubría un sin fin de extraordinarios espectáculos de los cuales disfruté deliberadamente uno a uno. Faltaba poco para que fuera de noche. Y el intenso color rojo del atardecer se entremezclaba con el marrón oscuro de tus ojos dejando imaginar en ellos una enorme llamarada incandescente que reflejaban fielmente tu pasión. El batir de tus párpados y pestañas en cada pestañeo, casi inexistente, originaban pequeñas bocanadas de aire que podrían ser capaces de remolcar un barco velero que navega en alta mar. A pesar de la hora, hacía muchísimo calor. Y de las espirales que dibujaban tus cabellos caía alguna que otra gotita de sudor que resbalaba por tu tez morena hasta morir en el valle de tu suculento cuello. Tus labios…tus jugosos labios rojos eran un auténtico pecado ante el cual caí rendida desde el primer día que, en busca de placer, no dudé en probarlos. No tenía duda alguna, tenía ante mis ojos…una discreta obra de arte que sólo aquellos más audaces eran capaces de admirar. Un leve escalofrío recorrió mi espalda y, fue entonces cuando me sorprendí imnotizada frente a ti. Llevaba ya varios minutos observandote, admirándote, mientras mis labios dibujaban una frágil y estúpida sonrisa. Eras perfecto. A mí, me parecías perfecto. Las cicatrices de tu rostro se habían convertido para mí en algo más que simples cicatrices…eran simplemente el arte que el tiempo había tallado en ti. Me aprecía algo tan bonito tenerte así de cerca y poder contemplarte, que no podía parar de sonreir. Era feliz. Era feliz admirándote, adorándote. Tu giraste tu cabeza y me sorprendiste al descubrime en nuestro cruce de miradas observándote. Arqueaste suavemente la cabeza extrañado y, por fin, me sonreíste. Te amaba locamente, no cabía duda…me había enamorado. Incliné mi cuerpo hacia adelante, acaricié suavente tu mejilla y puse punto y final a nuestro cruce de miradas con un ardiente beso tras el cual te susurré al oído: “mi vida, eres una gran obra de arte”