Una semana, y todo volverá a empezar. Y la vida volverá a surgir de nuevo en el mundo. No sé si los pajaritos volverán a cantar o nunca dejaron de hacerlo, pero por fin yo sabré escucharlos. Lo mismo sucederá con los atardeceres, los árboles y los niños repelentes que me hacen tanta gracia. Siete días, y todo volverá a cobrar sentido de nuevo. Entenderé porqué la gente hace tantas canciones sobre el amor, e incluso la letra de algunas me harán sentirme identificado. Todas esas películas extremadamente cursis significarán algo, e incluso esas series que yo siempre creí que fueron para niñas. Volveré a sentir como cada latido de mi corazón es más costoso de lo empalagosa que se está volviendo la sangre. Ciento sesenta y ocho horas, y volveré a tener un apoyo. Un sustento, un clavo ardiento, un hombro que cuando sea necesario se convierta en mano para abofetearme y hacerme entrar en razón (obviamente con el sumo cuidado de usar unos guantes de seda, para no resultar dolorosa). Una mano suave con la que pasear, un trasero firme donde poder sostenerme para no perder el esquilibrio, un mar de pelo en el que ahogarme cuando no puedo evitarlo y caigo en ti. Una obra de arte que admirar cuando no se requieran mis sentidos para nada más. Diez mil ochenta minutos, y volveré a tener algo en lo que invertir mi tiempo. Podré volver a jugar a dibujarte sonrisas cuando menos te lo esperas o cuando te creías incapaz de sonreír. Buscar motivos para hacerte soñar, ilusionar, luchar por lo nuestro... darte motivos para sentir lo que ya estás provocando en mí. Seiscientos cuatro mil ochocientos segundos, y podré decirte por fin, que... bueno, no tiene sentido desvelarlo ahora. Cada detalle a su debido tiempo.
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